De virus, epidemias y pestes

 
“Si entramos en un cuarto burgués de los años ochenta [del siglo XIX] la impresión más fuerte será, por muy acogedor que parezca, la de que nada tenemos que buscar en él. (…) porque no hay en él un solo rincón en el que el morador no haya dejado su huella: chucherías en los estantes, velillos sobre los sofás, visillos en las ventanas, rejillas ante la chimenea.”

Walter Benjamin, Experiencia y Pobreza (1933)

 

Creo en la libertad, aunque no estoy segura de saber cómo ejercerla. No creo en la pureza, como decía Nicolás Guillén. Me gusta la aventura visual, pero sobre todo la existencial. Comencé a hacer fotomontajes, en una combinación de acto lúdico con la experimentación fotográfica, a partir de una suerte de utopía urbana de tendencia un tanto expresionista. Es mediante esa utopía que me propongo crear una fusión entre la fotografía y mi particular visión de la vida cotidiana burguesa, en la que me entrometo, a la vez que induzco, a otros al voyeurismo, a vivir la experiencia de los personajes y objetos retratados: adoptados, manipulados, intervenidos, recontextualizados y convertidos en protagonistas de mi fantasía, a la cual deseo dar un carácter de verosimilitud y, por supuesto de crítica que oscila entre el sarcasmo y la crueldad, lo que la hace “políticamente incorrecta” (¡felizmente!), adentrándome en los asuntos familiares de los sujetos, entre quienes es posible descubrir relaciones y actitudes perversas.


       Intento conservar las proporciones, ligar las imágenes y la luz de tal forma que den la ilusión de credibilidad, si es que esta paradoja es posible, que lo es ciertamente si atendemos al resultado. Es probable que se trate de collages surrealistas, y yo me pregunto ¿qué sería de nosotros sin el surrealismo, sin los sueños, sin la fantasía del funambulismo mental? Sueño que trabajo para soñar y lo hago como cuando mi abuela tejía bolillos, al menos con esa minuciosa laboriosidad trato mis creaciones.


Objetivamente hablando, no me preocupa lo real o irreal que puedan parecer las imágenes, a veces me gusta que los colores combinen bien y pongo figuras que lucen cromáticamente integradas, en espacios o en situaciones en los cuales seguramente no los veríamos en la realidad, y este cromatismo da lugar a una percepción que a primera vista luce tan armónico que hace que pasen desapercibidas las situaciones inusuales, amoldándose a nuestros prejuicios visuales (juicios previos), en tanto que conformamos la realidad como la inventamos y no como realmente la vemos, la asumimos sin descifrarla ni decodificarla. Quiero llamar la atención con respecto a lo fácil que es auto engañarse cuando nos vemos atrapados entre figuras recargadas, las cuales se traducen a la vez en la yuxtaposición de los significantes de esas pequeñas historias de lo cotidiano, construidas con fragmentos de realidad y a las que trato de dotar de un sentido nuevo.


Si me preguntaran que como llego a conciliar elementos tan disímiles, respondería que colecciono las fotografías e lustraciones de los objetos y personajes que luego incluyo en mis construcciones visuales, dando paso a mi propio “gabinete de curiosidades” en homenaje al cientificismo empírico naturalista, vinculado tanto a la patafísica como al positivismo, a mi modo de ver.


En ocasiones el público, que actúa como voyeur omnipresente de la retícula vivencial, en su curiosidad se enfrenta a situaciones de todo tipo que pueden resultar desagradables, esto ocurre tanto en las escenas individuales como en las casas, porque la retícula se anuncia también en el espacio único, particularmente si se asume que un espacio interior como los aquí narrados, difícilmente existe sin asociación física a otro u otros adyacentes, es por ello que utilizo con frecuencia estos diseños reticulares, porque las construcciones aparecen como una suerte de casillas que constriñen la libertad de sus habitantes que conviven en mundos, paradójicamente, apartados, y mucho más ahora en estos meses de “cautiverio” (que algunos llaman “cuarentena”), en los que se hace casi obligatorio asumir el inefable reto de tomar por tema el Covid-19, del que todos queremos deslastrarnos.


Por otra parte, realizo cortes transversales de los espacios, incitando al espectador a romper (con Stanislavsky y Bretch) la rigidez de la estructura teatral de la “cuarta pared”, para que éste dialogue y participe visualmente de la vida de los habitantes de cada collage en su contexto. Cierto es que el efectismo de la teatralidad de las imágenes en ocasiones distancia al individuo de la visión, a la vez que favorece una (falsa) integración física, vivencial, con los espacios y escenas que descubre en cada una de ellas. Me propongo hacer que a simple vista todas parezcan situaciones normales, cotidianas de una clase social relativamente indefinida en el tiempo pero definida en sus intereses. No busco un estilo artístico sino dar un vuelco a las percepciones que no se pueden modificar en la realidad sino en esos espacios interiores.


Lo cierto es que también “adopto” a mis fotos, las saco de lo que ahora se conoce como su “zona de confort” y las reubico en el collage, dándoles nuevos destinos y por lo tanto la oportunidad de decir algo diferente de lo que dirían a partir de la fotografía original, creando así un nuevo todo unificado que lamentablemente carece tanto del “aura” benjaminiana, como del “momento decisivo” de Cartier Bresson, pero es el precio que pago por el placer de mi invención, de mi síntesis imaginaria y de la falsa objetividad impuesta por mi otra profesión: la de historiadora, por eso es de advertir que no pretendo en esta serie una consciente ambientación de época, es la casualidad la que organiza todo, no busco nada premeditadamente, a veces llego a pensar que todo se ordena por su propio deseo sin necesidad de que yo fuerce la presencia de objeto o persona alguna, aunque esto no debe ser tomado como una operación neutral que intente condicionar su contexto expositivo.


Trato de no “congelar” los momentos sino de fabricarlos a partir de otras creaciones ya convertidas en mi materia prima, lo que me recuerda, como comenta Joan Fontcouberta, la urgencia de una ecología de las imágenes basada en la posibilidad de trabajar sobre las existentes porque hay que destruir unas para crear otras nuevas y empezar con ellas a escribir una nueva historia en imágenes (W. Flusser)


Tomo como referencia ese período afrancesado que influyó en la cultura, la vida y las costumbres, sobre todo en las grandes ciudades, de toda América del Sur, un afrancesamiento en buena medida caricaturesco de las costumbres del país galo que ocupó una parte importante de la vida burguesa de los países nacientes a partir de la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX, desde ese barroco caribeño concebido por Alejo Carpentier, en el que flora y fauna conviven en las estancias como componentes de la misma familia. Un Caribe que se advierte afrancesado y originario, desde donde es posible narrar muchas historias comunes del trópico americano. También quiero destacar que de la misma manera, aunque en menor medida, discurren las escenas de esta serie por los entresijos de las estéticas victoriana, eduardina y de la Primera Guerra Mundial.


En estas narrativas digitales, visuales que no textuales, la muerte ocupa un espacio importante porque es la única teleología indiscutible en los seres vivos, hacia allá vamos inexorablemente. Allí están mis amigos, mis recuerdos, mis fieles espacios de olvidar. Así los uno, los copio, me gustan esas pequeñas maravillas decorativas que nunca pondría en mi casa: capiteles dorados con cortinas de seda y damasco, escayolas serpenteantes en las esquinas, papeles que cubren paredes enteras de toscos dibujos en los que se entrelazan los encuentros absurdos de gatos, pájaros, peces, pulpos y sapos, entre otros.



A pesar de no haber sido expuestas públicamente, algunas de las piezas contenidas en esta serie han sido analizadas, valoradas y comentadas por especialistas del arte venezolano, entre ellos Elida Salazar y Juan Carlos Azpurua, ambos historiadores y comisarios de exposiciones, vinculados a la Fundación Museos Nacionales.


En síntesis, quien se aproxime a mis fotomontajes siéntase invitado a este “gabinete de curiosidades” que no intenta ser un registro de la memoria, sino una breve provocación al divertimento visual.


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