Sueños fragmentados. Collage Michelena
"En sus collages digitales de imágenes surreales, en los que el copy & paste sustituye a los instrumentos manuales tradicionales, la artista se despoja de todo atisbo de perspectiva para crear, mediante sucesivos planos superpuestos, una tridimensionalidad virtual que sólo deja de ser plana en la mente del observador, una vez que todas las imágenes se articulan." Juan Carlos Azpurua (Investigador. Fundación Museos Nacionales, Caracas-Venezuela)
Navigare necesse est; vivere non est necesse. (Navegar es necesario; vivir no es necesario),
Abril 2021, Collage digital (fotomontaje), 68 x 58 cm.
El título Navigare necesse est; vivere non est necesse. (Navegar es necesario; vivir no es necesario)
corresponde a la frase en latín atribuida originalmente por el historiador Plutarco a Cneo Pompeyo
(106-48 a.C.), quien se ve obligado a exhortar a sus marineros para que luchen contra un mar
indómito, justo cuando se dirigen a Roma con un cargamento de cereales. Es, en esencia, una
metáfora que se refiere a la determinación con la que los seres humanos entregan su vida a una
gran empresa, sea cual sea su misión, se trate de un fin social, económico, político o de la creación
artística. Esta obra se refiere, de manera alegórica, a la extraordinaria hazaña que significó el viaje
alrededor del mundo pero, en este caso, siguiendo un itinerario interior diferente al que nadie
imaginaba, el cual impone navegar a costa de lo que sea, y ahora a costa de la pandemia.
Ciertamente se trata de una obra de carácter historicista. Desde la perspectiva de los elementos que
la componen reconozco que he “adoptado” o me he “apropiado” (usando el concepto de la
postfotografía) de diversas imágenes, incluso de algunas de mis propias fotografías. La figura central
femenina, la del agua, es la reproducción de un antiguo grabado holandés porque fueron las aguas
las que dieron a luz al Nuevo Mundo (1). Dos de los retratos más conocidos de los navegantes Fernando
de Magallanes (a la derecha) (2) y Juan Sebastián Elcano (a la izquierda) (3), a este último le he agregado
los escasos emblemas nobiliarios a los que se hizo acreedor de manos del rey Carlos I a su regreso a
la Península.
Ambos, Magallanes y Elcano se muestran mediante una visión de cabezas abiertas, cuya imagen
interior simboliza el destino de ambos durante el viaje: Magallanes muere antes de finalizarlo y
Elcano llega de nuevo a España en la nave Victoria, en su cabeza se observa un grabado de dicha
nave sobre la cual hoy un hombre desnudo y vencido por el cansancio que representa a los pocos
marinos que lograron finalizar el periplo.
A espaldas de los navegantes aparecen dos de las cartas de navegación que indicaban que la tierra
era plana, que la sujetaban dragones o que el mundo imaginado estaba poblado por seres
monstruosos. Sobre sus cuerpos figuran mapas más certeros pero paradójicamente difusos porque
hasta el fin de la ruta no es posible determinar los espacios con claridad, como lo muestran los
mapas dibujados por Antonio Pigafetta, el cronista de abordo. A todo ello se agregan elementos de
la fauna y las especies descubiertas en el trayecto: el león marino, el guanaco, el ave del paraíso y
el pingüino patagónico, entre otros; así como el clavo, la canela, el jengibre y la nuez moscada.
En los retratos de ambos marinos se observan sendas figuras humanas destacadas en tonos rojizos
que representan las dudas, la resignación, el miedo y la vulnerabilidad de nuestra (y de su)
navegación ante los itinerarios que impone esta nueva realidad, una situación que nos oprime como
lo representa asimismo la foto central de las escaleras del barrio, sobre la que se asienta la alegoría
del agua.
Comencé a hacer fotomontajes en una combinación de acto lúdico con la experimentación
fotográfica, a partir de una suerte de utopía mediante la cual me propongo crear una fusión entre
la fotografía y mi particular visión del mundo, aproximándome a la postfotografía. La obra ha sido
elaborada en un cruce de mi cámara, Internet y el programa Adobe Photoshop 2020.
Me propongo correr el riesgo de elaborar un discurso histórico a partir de la conjunción de diversos
elementos en una sola imagen, es algo más que un collage, porque cuando los historiadores escriben
sus libros en los que desarrollan descripciones, análisis y síntesis en palabras, hacen también una
suerte de collage, posiblemente más fácil de comprender para los lectores de palabras que para los
lectores de imágenes.
La imagen, en cualquiera de sus versiones, siempre ha estado en un lugar subordinado con relación
a la palabra escrita, a la cual se le ha dado toda la validez, como si la palabra, por el hecho de serlo
y de estar formada por letras fuera infalible y auténtica, algo que se le suele negar precisamente a
la imagen, salvo en lo que se refiere a la fotografía documental, de la cual se asume frecuentemente
su “absoluta” certeza. Así pues, las iconografías crean dudas y su información se asume como
secundaria, como complementaria al texto. Por todo esto, trato de no “congelar” los momentos
sino de fabricarlos a partir de otras creaciones a las que convierto en mi materia prima, lo que me
recuerda, como comenta Joan Fontcouberta, la urgencia de una ecología de las imágenes basada en
la posibilidad de trabajar sobre las existentes, porque hay que destruir unas para crear otras nuevas
y empezar con ellas a escribir una nueva historia. Lo cierto es que también “adopto” a mis fotos, las
reubico dándoles nuevos destinos y por lo tanto la oportunidad de decir algo diferente de lo que
dirían a partir del original, es el precio que pago por el placer de mi invención, de mi síntesis
imaginaria y de la objetividad positivista impuesta por mi profesión: la de historiadora.
Para concluir quiero recordar las palabras de Flusser con respecto a la “textolatría”: “La escritura,
como las imágenes, es una mediación, y por tanto es sujeto de la misma dialéctica intrínseca. La
escritura no sólo contradice las imágenes, sino que ella misma es rota por una contradicción interna.
La finalidad de la escritura es mediar entre el hombre y sus imágenes; explicarlas. Al hacerlo, los
textos se interponen entre el hombre y la imagen: le ocultan el mundo al hombre en vez de
hacérselo más inteligible. Cuando esto sucede, el hombre no puede descifrar sus textos ni
reconstruir las ideas que ellos significan. Los textos se vuelven inimaginables, y e1 hombre vive en
función de sus textos, es decir, ocurre una textolatría, la cual es tan alucinante como la idolatría.” (5)
(1) Adriaen Collaert (Holanda, 1560–1618), Agua (perteneciente a la suite de Los cuatro elementos), 1582, Grabado en cobre e iluminado. Perteneciente a la colección del Rijksmuseum, Amsterdam.
(2) Anónimo, Retrato de Fernando de Magallanes, Siglo XVI, Óleo sobre tabla, 57 x 46 cm. Colección de Manuel Godoy, que ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1816, Madrid.
(3) Juan Sebastián Elcano. Óleo basado en el grabado de L. Fernández Noseret y J. López de Eguíndanos, Colección Museo Naval, Sevilla.
(4) Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del globo (Título original: Primo viaggio in torno al Globo Terracqueo), Sevilla: Edición de Benito Caetano -Fundación Civiliter, 2012.
(5) Flusser, Vilém, Hacia una filosofía de la fotografía. México: Trillas, 1990, p. 14.
De virus, epidemias y pestes
“Si entramos en un cuarto burgués de los años ochenta [del siglo XIX] la impresión más fuerte será, por muy acogedor que parezca, la de que nada tenemos que buscar en él. (…) porque no hay en él un solo rincón en el que el morador no haya dejado su huella: chucherías en los estantes, velillos sobre los sofás, visillos en las ventanas, rejillas ante la chimenea.”
Walter Benjamin, Experiencia y Pobreza (1933)
Creo en la libertad, aunque no estoy segura de saber cómo ejercerla. No creo en la pureza, como decía Nicolás Guillén. Me gusta la aventura visual, pero sobre todo la existencial. Comencé a hacer fotomontajes, en una combinación de acto lúdico con la experimentación fotográfica, a partir de una suerte de utopía urbana de tendencia un tanto expresionista. Es mediante esa utopía que me propongo crear una fusión entre la fotografía y mi particular visión de la vida cotidiana burguesa, en la que me entrometo, a la vez que induzco, a otros al voyeurismo, a vivir la experiencia de los personajes y objetos retratados: adoptados, manipulados, intervenidos, recontextualizados y convertidos en protagonistas de mi fantasía, a la cual deseo dar un carácter de verosimilitud y, por supuesto de crítica que oscila entre el sarcasmo y la crueldad, lo que la hace “políticamente incorrecta” (¡felizmente!), adentrándome en los asuntos familiares de los sujetos, entre quienes es posible descubrir relaciones y actitudes perversas.
Objetivamente hablando, no me preocupa lo real o irreal que puedan parecer las imágenes, a veces me gusta que los colores combinen bien y pongo figuras que lucen cromáticamente integradas, en espacios o en situaciones en los cuales seguramente no los veríamos en la realidad, y este cromatismo da lugar a una percepción que a primera vista luce tan armónico que hace que pasen desapercibidas las situaciones inusuales, amoldándose a nuestros prejuicios visuales (juicios previos), en tanto que conformamos la realidad como la inventamos y no como realmente la vemos, la asumimos sin descifrarla ni decodificarla. Quiero llamar la atención con respecto a lo fácil que es auto engañarse cuando nos vemos atrapados entre figuras recargadas, las cuales se traducen a la vez en la yuxtaposición de los significantes de esas pequeñas historias de lo cotidiano, construidas con fragmentos de realidad y a las que trato de dotar de un sentido nuevo.
Si me preguntaran que como llego a conciliar elementos tan disímiles, respondería que colecciono las fotografías e lustraciones de los objetos y personajes que luego incluyo en mis construcciones visuales, dando paso a mi propio “gabinete de curiosidades” en homenaje al cientificismo empírico naturalista, vinculado tanto a la patafísica como al positivismo, a mi modo de ver.
En ocasiones el público, que actúa como voyeur omnipresente de la retícula vivencial, en su curiosidad se enfrenta a situaciones de todo tipo que pueden resultar desagradables, esto ocurre tanto en las escenas individuales como en las casas, porque la retícula se anuncia también en el espacio único, particularmente si se asume que un espacio interior como los aquí narrados, difícilmente existe sin asociación física a otro u otros adyacentes, es por ello que utilizo con frecuencia estos diseños reticulares, porque las construcciones aparecen como una suerte de casillas que constriñen la libertad de sus habitantes que conviven en mundos, paradójicamente, apartados, y mucho más ahora en estos meses de “cautiverio” (que algunos llaman “cuarentena”), en los que se hace casi obligatorio asumir el inefable reto de tomar por tema el Covid-19, del que todos queremos deslastrarnos.
Por otra parte, realizo cortes transversales de los espacios, incitando al espectador a romper (con Stanislavsky y Bretch) la rigidez de la estructura teatral de la “cuarta pared”, para que éste dialogue y participe visualmente de la vida de los habitantes de cada collage en su contexto. Cierto es que el efectismo de la teatralidad de las imágenes en ocasiones distancia al individuo de la visión, a la vez que favorece una (falsa) integración física, vivencial, con los espacios y escenas que descubre en cada una de ellas. Me propongo hacer que a simple vista todas parezcan situaciones normales, cotidianas de una clase social relativamente indefinida en el tiempo pero definida en sus intereses. No busco un estilo artístico sino dar un vuelco a las percepciones que no se pueden modificar en la realidad sino en esos espacios interiores.
Lo cierto es que también “adopto” a mis fotos, las saco de lo que ahora se conoce como su “zona de confort” y las reubico en el collage, dándoles nuevos destinos y por lo tanto la oportunidad de decir algo diferente de lo que dirían a partir de la fotografía original, creando así un nuevo todo unificado que lamentablemente carece tanto del “aura” benjaminiana, como del “momento decisivo” de Cartier Bresson, pero es el precio que pago por el placer de mi invención, de mi síntesis imaginaria y de la falsa objetividad impuesta por mi otra profesión: la de historiadora, por eso es de advertir que no pretendo en esta serie una consciente ambientación de época, es la casualidad la que organiza todo, no busco nada premeditadamente, a veces llego a pensar que todo se ordena por su propio deseo sin necesidad de que yo fuerce la presencia de objeto o persona alguna, aunque esto no debe ser tomado como una operación neutral que intente condicionar su contexto expositivo.
Trato de no “congelar” los momentos sino de fabricarlos a partir de otras creaciones ya convertidas en mi materia prima, lo que me recuerda, como comenta Joan Fontcouberta, la urgencia de una ecología de las imágenes basada en la posibilidad de trabajar sobre las existentes porque hay que destruir unas para crear otras nuevas y empezar con ellas a escribir una nueva historia en imágenes (W. Flusser)
Tomo como referencia ese período afrancesado que influyó en la cultura, la vida y las costumbres, sobre todo en las grandes ciudades, de toda América del Sur, un afrancesamiento en buena medida caricaturesco de las costumbres del país galo que ocupó una parte importante de la vida burguesa de los países nacientes a partir de la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX, desde ese barroco caribeño concebido por Alejo Carpentier, en el que flora y fauna conviven en las estancias como componentes de la misma familia. Un Caribe que se advierte afrancesado y originario, desde donde es posible narrar muchas historias comunes del trópico americano. También quiero destacar que de la misma manera, aunque en menor medida, discurren las escenas de esta serie por los entresijos de las estéticas victoriana, eduardina y de la Primera Guerra Mundial.
En estas narrativas digitales, visuales que no textuales, la muerte ocupa un espacio importante porque es la única teleología indiscutible en los seres vivos, hacia allá vamos inexorablemente. Allí están mis amigos, mis recuerdos, mis fieles espacios de olvidar. Así los uno, los copio, me gustan esas pequeñas maravillas decorativas que nunca pondría en mi casa: capiteles dorados con cortinas de seda y damasco, escayolas serpenteantes en las esquinas, papeles que cubren paredes enteras de toscos dibujos en los que se entrelazan los encuentros absurdos de gatos, pájaros, peces, pulpos y sapos, entre otros.
A pesar de no haber sido expuestas públicamente, algunas de las piezas contenidas en esta serie han sido analizadas, valoradas y comentadas por especialistas del arte venezolano, entre ellos Elida Salazar y Juan Carlos Azpurua, ambos historiadores y comisarios de exposiciones, vinculados a la Fundación Museos Nacionales.
En síntesis, quien se aproxime a mis fotomontajes siéntase invitado a este “gabinete de curiosidades” que no intenta ser un registro de la memoria, sino una breve provocación al divertimento visual.
Carmen Michelena. Teatralidad visual (Texto de Elida Salazar)
En el mundo de la fotografía
contemporánea en Venezuela, sorprende el trabajo de Carmen Michelena, residente
en Caracas, quien dice creer en la libertad, pues no le interesa en absoluto el
arte en sus formas tradicionales. En ese goce por la aventura visual y
existencial, cree “que los hechos están en los ojos de quienes los ven, por eso
elegí la fotografía, para compartir lo que mis ojos ven, o lo que imagino que
pueden ver, pero sobre todo para compartir lo que me gustaría cambiar”.
Aunque Carmen Michelena,
pareciera afirmarnos que no es su intención cuestionar categorías estéticas, la
teatralización visual en sus collages digitales, muestran nuevas formas en la
representación y presentación de la imagen fotográfica actual. En el ámbito
conceptual, su investidura de Doctora en Historia de América, dedicada a la
investigación de las artes plásticas, sobre todo del siglo XIX, con la que
comparte la fotografía y el coleccionismo de imágenes, se manifiesta y reproduce,
diría más bien, ocupan una posición destacada en su creación.
Mientras que algunos artistas
simplemente salpican el tema de sus obras con imágenes de sus propias historias
y recuerdos, Carmen Michelena, inventa
imaginativamente el pasado y representa el presente. En su obra el pasado no es
lineal. Ella fomenta la mediación de lo viejo, en objetos y arquitecturas, a través de lo nuevo, asuntos de la vida
actual, reavivando una lectura que la fotografía contemporánea ha pasado por
alto. Hoy, lo viejo y lo tradicional no sólo no son incompatibles con la innovación
sino que, de hecho, nos indica que esa visión es necesaria para crear lo actual.
En sus nuevos collages digitales, no implica necesariamente un rechazo completo
del pasado, está incluido.
Más bien al contrario, utiliza el
pasado y los estilos tradicionales de los ambientes, de la casa (sobre todo el
kitsch y el barroco), con sus múltiples puntos de vista, que se asocian
habitualmente unos con otros. Más aún combina sus espacios decimonónicos con
personajes del pasado, y una zoología
fantástica con las estrategias actuales de la ironía y burla, y con asombro y
humor azota concepciones generales sobre su propia cultura e historia. Son
potentes combinaciones las que tienen el poder de expandir los límites de toda
posibilidad estandarizada de representación, así como el estrecho ámbito de
nuestra percepción. Tal y como ella misma escribe: “hechos que
están en los ojos de quienes los ven…lo que mis ojos ven, o lo que imagino que
pueden ver”.
Pero al integrar en un
vocabulario visual su experiencia profesional y existencial, Carmen Michelena,
es capaz de desafiar las nociones prevalecientes en torno a la fotografía como
un espacio para la irreverencia, en ese mosaico de vidas esperpénticas, donde
lo grotesco y lo absurdo sirven como reflejo de la realidad personal y
cotidiana.
La fotógrafa Carmen Michelena, ha
trabajado en colecciones privadas, bibliotecas y museos nacionales, al tiempo
que estudia fotografía. El arte entra en su vida desde entonces. En ese
trajinar cultural trabaja con muchos elementos visuales que tienen que ver hoy
con sus creaciones fotográficas, y con todo ese archivo de imágenes; el arte se
convierte entonces en un lugar de introspección
creativa, en esa búsqueda constante para sí misma, tratando de imaginar, aprehender en sus obras,
esos espacios, objetos y la zoología
fantástica, como ella dice: “que no podría tener en mi casa”.
Así, desde que monta sus primeros
collages digitales, en esta última década, Carmen ha experimentado
continuamente maneras de evocar un universo representacional y conceptual
nuevo, en la fotografía digital.
Este universo se articula
mediante un vocabulario que combina el exceso, la teatralidad (pienso que
Carmen, en el fondo es una mujer de teatro, aunque no lo ejerza
profesionalmente) y la reinterpretación de escenarios, que como lo comentaba
anteriormente utiliza la historia y el pasado para representar el
presente. Para ella “lo nuevo” no
constituye un rechazo al pasado, ese que estudia por muchos años, ya que se
acerca a éste como un bagaje cultural al cual recurre en busca de sus
pasados-presentes de sus creaciones. Es fascinante como esas nociones entran en
su arte con brillantez y ornamentación. Además, Carmen Michelena tiene también
un toque humorístico y una manera de entretener que algunas veces recuerdan la
actitud irreverente hacia la literatura y el arte del realismo mágico. Al igual,
Carmen mezcla lo real y lo ficticio para crear imágenes de significados
profundos que ofrecen una perspectiva fresca de la condición humana. Sus
espacios teatralizados son fácilmente accesibles y el público virtual, hasta
ahora, responde al instante con intensas emociones.
El sentido de exceso y la decoración, son características
fundamentales en sus collages digitales, y se han ido incrementando en cada
imagen. Tanto uno como otro son “hereditarios”. La herencia del
barroco-surreal, ese que constituye uno de los vínculos en nuestra cultura, que
abarca la idea de la existencia teatralizada, esa que seduce los sentidos y
crea un mundo intermedio, un espacio metafórico donde lo visible/invisible e
invisible/visible conviven. En la obra de Carmen Michelena, la teatralización
de la existencia se logra mediante la multiplicidad de puntos de vista, la rica
opulencia y la ornamentación muy bien combinada, escogida, pegada.
Además del exceso, a Carmen Michelena
le intriga en particular la cuestión de cómo puede la fotografía y las nuevas
tecnologías apoyar y realzar su creación. A diferencia, ella no emplea la
tecnología con fines estéticos solamente, sino como antídoto contra la
insipidez de los medios, es decir, contra su incapacidad para atraer y
comunicarse con el espectador. Al utilizar la tecnología actual, en sus asuntos
personales y culturales, con la que trabaja en sus proyectos, les otorga mayor
profundidad y carga emotiva. Así el uso de la tecnología digital rompe con las
normas convencionales de la representación y presentación de su creación. Desde:
Había una vez una niña; Ser mujer; Teatro
de especies; La cocina es el templo del hogar; ¡Estas Desnuda!; En la
habitación; Milagro; Sombra; Un buen desayuno; Casitas Victorianas; Liebre y
Tortuga; Escenas escaneadas, y sus más recientes imágenes creadas tras el
encierro por el Coronavirus, en todas estas creaciones todos esos aspectos (el
exceso, la teatralidad del espacio, la zoología fantástica, la ironía, el
humor, el coleccionismo y la reinterpretación de imágenes…) son elementos consistentes
de su trabajo. Sus collages nos invitan a adentrarnos en su “locura visual”
barroca y surreal; una puesta en escena, que produce una irresistible sensación
de desorientación por el hecho mismo del obligado desplazamiento del ver, entre
el aquí y allá, abajo y arriba, para demostrarnos que se pueden narrar acontecimientos
de una manera que hace borrosa la
frontera entre lo real y lo ficticio.
Élida Salazar.
23.4.2020 (tras 43 días del
encierro por el Coronavirus)
Casta cuarentena en recogimiento (Texto de Elida Salazar, junio 2020)
Zoo
También exalta la risueña oveja blanca que husmea (aunque siempre se habla de la oveja negra), forma parte de estas habitaciones de las maravillas, y esta vez se burla de la trajeada Heroína cuyo origen de su nombradía queda guardado en un alucinado frasco.
Personajes