Navigare necesse est; vivere non est necesse. (Navegar es necesario; vivir no es necesario),


 Abril 2021, Collage digital (fotomontaje), 68 x 58 cm.

El título Navigare necesse est; vivere non est necesse. (Navegar es necesario; vivir no es necesario)

corresponde a la frase en latín atribuida originalmente por el historiador Plutarco a Cneo Pompeyo

(106-48 a.C.), quien se ve obligado a exhortar a sus marineros para que luchen contra un mar

indómito, justo cuando se dirigen a Roma con un cargamento de cereales. Es, en esencia, una

metáfora que se refiere a la determinación con la que los seres humanos entregan su vida a una

gran empresa, sea cual sea su misión, se trate de un fin social, económico, político o de la creación

artística. Esta obra se refiere, de manera alegórica, a la extraordinaria hazaña que significó el viaje

alrededor del mundo pero, en este caso, siguiendo un itinerario interior diferente al que nadie

imaginaba, el cual impone navegar a costa de lo que sea, y ahora a costa de la pandemia.  

Ciertamente se trata de una obra de carácter historicista. Desde la perspectiva de los elementos que

la componen reconozco que he “adoptado” o me he “apropiado” (usando el concepto de la

postfotografía) de diversas imágenes, incluso de algunas de mis propias fotografías. La figura central

femenina, la del agua, es la reproducción de un antiguo grabado holandés  porque fueron las aguas

las que dieron a luz al Nuevo Mundo (1). Dos de los retratos más conocidos de los navegantes Fernando

de Magallanes  (a la derecha) (2) y Juan Sebastián Elcano (a la izquierda) (3), a este último le he agregado

los escasos emblemas nobiliarios a los que se hizo acreedor de manos del rey Carlos I a su regreso a

la Península.  

Ambos, Magallanes y Elcano se muestran mediante una visión de cabezas abiertas, cuya imagen

interior simboliza el destino de ambos durante el viaje: Magallanes muere antes de finalizarlo y

Elcano llega de nuevo a España en la nave Victoria, en su cabeza se observa un grabado de dicha

nave sobre la cual hoy un hombre desnudo y vencido por el cansancio que representa a los pocos

marinos que lograron finalizar el periplo. 

A espaldas de los navegantes aparecen dos de las cartas de navegación que indicaban que la tierra

era plana, que la sujetaban dragones o que el mundo imaginado estaba poblado por seres

monstruosos. Sobre sus cuerpos figuran mapas más certeros pero paradójicamente difusos porque

hasta el fin de la ruta no es posible determinar los espacios con claridad, como lo muestran los

mapas dibujados por Antonio Pigafetta, el cronista de abordo. A todo ello se agregan elementos de 

la fauna y las especies descubiertas en el trayecto: el león marino, el guanaco, el ave del paraíso y

el pingüino patagónico, entre otros; así como el clavo, la canela, el jengibre y la nuez moscada. 

En los retratos de ambos marinos se observan sendas figuras humanas destacadas en tonos rojizos

que representan las dudas, la resignación, el miedo y la vulnerabilidad de nuestra (y de su)

navegación ante los itinerarios que impone esta nueva realidad, una situación que nos oprime como

lo representa asimismo la foto central de las escaleras del barrio, sobre la que se asienta la alegoría

del agua. 

Comencé a hacer fotomontajes en una combinación de acto lúdico con la experimentación

fotográfica, a partir de una suerte de utopía mediante la cual me propongo crear una fusión entre

la fotografía y mi particular visión del mundo, aproximándome a la postfotografía. La obra ha sido

elaborada en un cruce de mi cámara, Internet y el programa Adobe Photoshop 2020. 

Me propongo correr el riesgo de elaborar un discurso histórico a partir de la conjunción de diversos

elementos en una sola imagen, es algo más que un collage, porque cuando los historiadores escriben

sus libros en los que desarrollan descripciones, análisis y síntesis en palabras, hacen también una

suerte de collage, posiblemente más fácil de comprender para los lectores de palabras que para los

lectores de imágenes. 

La imagen, en cualquiera de sus versiones, siempre ha estado en un lugar subordinado con relación

a la palabra escrita, a la cual se le ha dado toda la validez, como si la palabra, por el hecho de serlo

y de estar formada por letras fuera infalible y auténtica, algo que se le suele negar precisamente a

la imagen, salvo en lo que se refiere a la fotografía documental, de la cual se asume frecuentemente

su “absoluta” certeza. Así pues, las iconografías crean dudas y su información se asume como

secundaria, como complementaria al texto. Por todo esto, trato de no “congelar” los momentos

sino de fabricarlos a partir de otras creaciones a las que convierto en mi materia prima, lo que me

recuerda, como comenta Joan Fontcouberta, la urgencia de una ecología de las imágenes basada en

la posibilidad de trabajar sobre las existentes, porque hay que destruir unas para crear otras nuevas

y empezar con ellas a escribir una nueva historia. Lo cierto es que también “adopto” a mis fotos, las

reubico dándoles nuevos destinos y por lo tanto la oportunidad de decir algo diferente de lo que

dirían a partir del original, es el precio que pago por el placer de mi invención, de mi síntesis

imaginaria y de la objetividad positivista impuesta por mi profesión: la de historiadora. 

Para concluir quiero recordar las palabras de Flusser con respecto a la “textolatría”: “La escritura,

como las imágenes, es una mediación, y por tanto es sujeto de la misma dialéctica intrínseca. La

escritura no sólo contradice las imágenes, sino que ella misma es rota por una contradicción interna.

La finalidad de la escritura es mediar entre el hombre y sus imágenes; explicarlas. Al hacerlo, los

textos se interponen entre el hombre y la imagen: le ocultan el mundo al hombre en vez de

hacérselo más inteligible. Cuando esto sucede, el hombre no puede descifrar sus textos ni

reconstruir las ideas que ellos significan. Los textos se vuelven inimaginables, y e1 hombre vive en

función de sus textos, es decir, ocurre una textolatría, la cual es tan alucinante como la idolatría.” (5)


(1) Adriaen Collaert (Holanda, 1560–1618), Agua (perteneciente a la suite de Los cuatro elementos), 1582, Grabado en cobre e iluminado. Perteneciente a la colección del Rijksmuseum, Amsterdam. 

(2) Anónimo, Retrato de Fernando de Magallanes, Siglo XVI, Óleo sobre tabla, 57 x 46 cm. Colección de Manuel Godoy, que ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1816, Madrid. 

(3) Juan Sebastián Elcano. Óleo basado en el grabado de L. Fernández Noseret y J. López de Eguíndanos, Colección Museo Naval, Sevilla. 

(4) Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del globo (Título original: Primo viaggio in torno al Globo Terracqueo), Sevilla: Edición de Benito Caetano -Fundación Civiliter, 2012. 

(5) Flusser, Vilém, Hacia una filosofía de la fotografía. México: Trillas, 1990, p. 14.